Archive for the ‘chiquitajos’ Category

Biciclismo

agosto 12, 2011

A lo mejor soy yo, que soy fácilmente impresionable, pero que se pueda mantener el equilibrio encima de una bici sin irse de morros al suelo me resulta eso mismo: impresionante. De puro cotidiano puede parecer simple, pero las sutilezas matemáticas y físicas que hay detrás son apasionantes. Podría tratar de explicarlo yo, pero no se me iba a entender, así que mejor que no se le entienda a Andy Ruina, que es el señor viejuno y muy sabio (no hacen catedrático en Cornell a cualquiera) que lo cuenta en este vídeo…

Quien prefiera la letra escrita, aquí hay 50 páginas en las que Ruina y sus secuaces, con un tal Jim Papadopoulos al frente de las operaciones, desarrollan las ecuaciones que rigen el movimiento de una bicicleta. El resumen viene a ser que es muy complicado, y que cualquier simplificación que se pretenda hacer sobre qué le da estabilidad a una bicicleta no deja de ser eso mismo: una simplificación, probablemente bastante burda.

A que molo...

Todo este rollo viene a cuento de que el pasado domingo, 24 de julio de 2.011, a eso de las 8 de la tarde, tras unos 1.000 m de imprecaciones mías hacia su persona, que puede que incluyeran cagarme en su puta calavera mientras corría agachado a su lado, Lucas aprendió a resolver las ecuaciones de Papadopoulos en tiempo real, y echó a rodar sobre sólo dos ruedas. No había ni padre ni niño más orgullosos en muchas millas a la redonda…

La princesa descalza

julio 5, 2011

Hace un par de noches, leyéndole a Gabriela un cuento a ver si tenía a bien dormirse, nos encontramos con un dibujo en el que el dueño del gato con botas besaba a la princesa con la que se iba a casar. Oír la palabra «princesa», plantar su regordete índice  sobre la susodicha y soltar un «nena» (que es como se refiere ella a sí misma) fue todo uno. Luego señaló al muchacho a punto de pegar el gran braguetazo, y mirándome a los ojos me deshizo como un azucarillo en agua caliente musitando «papi».

Tus ojos me recuerdan / las noches de verano / negras noches sin luna, / orilla al mar salado, / y el chispear de estrellas / del cielo negro y bajo. / Tus ojos me recuerdan / las noches de verano. / Y tu morena carne, / los trigos requemados, / y el suspirar de fuego / de los maduros campos. (Antonio Machado)

Efectivamente, su papi bebe los vientos por ella, así que ella hace con su papi lo que le da la real gana. Pero no se lo tengo muy en cuenta, porque me consta que es un amor correspondido. Como comenzara Lucas hace cosa de un año, a Gab también le ha dado por imitarme, y constantemente pide que le quiten las «papas», que traducido al román paladino viene a significar zapatos. Normalmente para desesperación de su madre, que mal que bien sobrelleva que su marido sea gilipollas, pero no se resigna a que los niños (¿¡es que nadie piensa en los niños!?) corran la misma suerte.

¿Y tú a quién quieres más, Gab, a mamá o a papá?

Pero este fin de semana se conoce que la pillamos con la guardia baja, porque no sólo no protestó mientras paseábamos descalzos de la manita, sino que nos echó una foto bien chula. Tanto que, a pesar del asco que le da la idea de pisar sobre los vómitos, pises y cacas resecos de mil guiris y perros sarnosos, se empeñó en repetir la instantánea con ella y la enana de protagonistas…

Las bicicletas son para el verano

julio 19, 2010

Mientras Lucas anda por Madrid, todavía usando su bici de correpasillos, pero a un tris de lanzarse a dar pedales y entrar en el selecto club de los ciclistas de dos ruedas, Gabriela dio ayer su primer paseo en bicicleta por Calella.

¡Andiamo, andiamo!

Misma bici, mismo conductor, mismo casco, misma sillita, mismos ocho tiernos mesecitos, «más tiempo dentro que fuera todavía,» que diría su madre. Les separa las siestas que se pegaba Lucas si el paseo duraba más de veinte minutos, por los cabreos de Gabriela si dura más de media hora. Además de tres años y pico, claro. Pero a Eva y a mí se nos caía la baba ayer igual que entonces.

Descalzos por el parque

junio 17, 2010

Lo normal es que a uno le lleven los demonios porque sus hijos hacen lo que les da la gana, y no lo que uno, sabiamente, ha dictaminado es lo mejor para ellos: acábate la sopa; siéntate bien; recoge los juguetes… Lo típico, vamos. Sin embargo a mí el otro día me entró un vértigo existencial al comprobar las cosas que los hijos hacen, sin que tú se lo pidas, porque resulta que los jodíos realmente te admiran y quieren ser como tú.

Y es que este fin de semana hemos estado en Madrid, a ver a los abuelitos y demás familia mesetaria. Todo ello en el marco de los fastos del trigésimo octavo aniversario de mi nacimiento. Entre otras cuantas cosas, pasamos la tarde del domingo en el parque Juan Carlos I.

Pisa, castaño, pisa con garbo...

No sé muy bien cómo se lió la cosa, pero ya que estábamos tirados en la hierba viendo volar las cometas, me quité los zapatos. Y al rato Lucas se los quitó también. No nos los volvimos a poner hasta mucho después, a punto de volver a casa. Bajo sus tiernos piececitos pasaron hierba, piedra, enrejados de desagüe, guijarros, tierra, asfalto, arena, madera, cemento, hierbajos… Caminó, corrió, saltó y trepó, disfrutando de las cosquillitas que le hacían los pies, mientras desdeñaba estoico las admoniciones de sus abuelos sobre afilados cristales al acecho. Digno hijo de su padre, sin duda.

Ratoncillo a la carrera

junio 6, 2010

Hace un par de semanas fue el Half Challenge de aquí, de Calella. Aparte de la invasión de señores muy flacos corriendo disfrazados de Eva Nasarre, con sus calentadores de piernas y todo, los organizadores montaron un ‘Kids Challenge’. O sea, una carrera para críos. Consultado Lucas al respecto dijo que sí, que le apuntara, y con su infalible lógica de niño de cuatro años me explico que «es que yo creo que voy a ganar, porque voy a llegar el primero.» En fin hijo, tú mismo, más dura será la caída…

Más bonito que un San Luis.

El día de autos decidió que su equipación para el evento debía incluir unas alas de mariposa/princesa que le compramos por carnaval. Afortunadamente mi abuelo, el Sr. Belarmino, no vive para presenciarlo, porque si no me temo que nos habría pedido hora en la consulta del Dr. Aquilino Polaino.

Recogimos su dorsal, vimos las carreras de los más mayores, y nos alineamos para su salida, detrás de la infranqueable barrera de padres que, prietas las filas, recias, marciales, ejercían su inalienable derecho a acompañar a sus hijos como si de Charlton Hestons defendiendo la segunda enmienda se tratara.

Poniendo cara de Emil Zátopek...

250 metros no son demasiados, aunque contemplados desde su poco más de un metro de altura a Lucas acabaron haciéndosele eternos: empezamos despacito, pero pronto pasamos a otro niño, así que le anime a que fuera a por la chica que había unos pasos más adelante. «¡Y ahora a por esa de rojo, Lucas!» Llevaríamos remontados media docena de puestos, y media carrera ya hecha, cuando muy preocupado me mira y me dice: «¡Ay papi! ¡Que me canso!» Así que bajamos el ritmo, y al trote cochinero llegamos hasta la meta.

No, no ganó, porque no llegó el primero. Pero parece que la bolsa con dos globos y tres caramelos que le dieron fue suficiente para sublimar la frustración del fracaso. Y parece que todavía no odia el deporte: seguiremos informando…