Archive for junio 2010

Guruses

junio 26, 2010

La mayoría de gurús de esto de correr descalzo (o casi), son gente bastante pintoresca. Sin ánimo de ser exhaustivos, ahí va un pequeño inventario:

Ken, Ted, Rick y Erwan.

Tener que confiar en gente que le añade el título Pies Descalzos a su nombre provoca una cierta desazón, y yo hasta diría que justifica las reticencias de muchos. Estando así el patio, es reconfortante que haya también gente como Jason Robillard. Jason es la prueba viviente de que cualquier persona normal puede correr sin, o casi sin, zapatillas. El lleva cerca de cinco años haciéndolo, y sin ser sus marcas estratosféricas, le instalan cómodamente en la plácida mediocridad a la que todo deportista aficionado aspira, como bajar de 20′ en los 5Km, o rondar los 40′ en los 10Km. Supongo que para convencer a los más escépticos estaría bien que hubiera entrado en el olimpo de los corredores populares, habiendo bajado de las 3 horas en maratón. Pero no es el caso, que le vamos a hacer. A cambio, el hombre se ha centrado en la ultradistancia, y ha acabado varias carreras de 50 y 100 millas, que vienen a ser 80 y 160 Km al cambio.

Aunque para llevar el pan a casa da clases en un instituto, lo que de verdad le gustaría a Jason es ganarse la vida como alguno de los barefoots de antes: educando a las masas en el arte y la ciencia de correr descalzo. Ha fundado la Barefoot Running University, y mantiene un blog sobre sus aventuras corriendo. Además, ha escrito un libro, The Barefoot Running Book, o sea El libro de correr descalzo.

The Barefoot Running Book

Casi que más que un libro es un panfletillo de sesenta y pocas páginas. El tipo de letra es bastante pequeño y no hay ilustraciones, así que a pesar de todo empaqueta bastante información. A mí me gusta la honestidad de su aproximación al tema: con unas pocas ilustraciones, un poco de paja sermoneando sobre lo malvados que son los fabricantes de zapatillas, y sobre cómo nuestra sociedad enferma ha perdido los vínculos que la unían a la Madre Tierra, se hubiera evitado la primera sensación de «¿pero esta mierda que es?» que le invade a uno cuando abre el paquete. Pero una vez lo lees es de agradecer que haya preferido la gimnasia a la magnesia. Se nota además que ha hecho los deberes repasando la literatura científica, y sabe y no oculta que muchos de los potenciales beneficios están todavía por demostrar, así que no trata de convencer a nadie de que se trate del bálsamo de Fierabrás que sana milagrosamente a los corredores tullidos.

Por pedir que no quede, claro, y la verdad es que este no será el libro que haga innecesario que se escriban más libros sobre el tema. El enfoque es muy bueno, pero el contenido se queda un poco corto. Sin necesidad de recurrir a basura Zen, no parece que hubiera sido difícil doblar o triplicar el volumen de información útil para un principiante.

Es en cualquier caso un buen texto introductorio, puede incluso que muy bueno, y aunque prácticamente todo lo que allí cuenta puede encontrarse gratis total desperdigado por internet, incluso en las páginas de su propio blog, el compilar toda esa información de manera coherente no es tarea baladí. De haber tenido algo así hace un año, cuando empecé a tontear con mis pies descalzos, seguramente me hubiera ahorrado unas semanitas sin correr y unas cuantas visitas al traumatólogo.

Nasío pa corré

junio 24, 2010

Ya escribí hace tiempo sobre Daniel E. Lieberman. Antes de convertirse en el paladín de los sin zapatos, este catedrático de biología evolutiva humana de la universidad de Harvard tuvo otro minuto de gloria en el 2004. Fue cuando, de nuevo Nature, le publicó otro artículo,  Endurance running and the evolution of Homo, que no, no significa Los que corren son todos maricones

De nuevo el tema iba en portada, con el sugerente título de Born to run, o sea Nacido para correr. Y es que el artículo sugiere que la carrera de resistencia es el rasgo característico de los antecesores del hombre, que dejamos de ser monos hace cosa de un par de millones de años, cuando nuestros antepasados, que ya llevaban por lo menos otro par de millones de años andando sobre dos patas, dejaron de caminar y echaron a correr.

¿Que qué tendrán que ver los cojones para comer trigo? Pues mucho, porque correr habría sido lo que permitiera a los monillos cazar, y conseguir la alimentación rica en proteínas que se requiere para desarrollar y alimentar un cerebro sobredimensionado como el nuestro. Porque estamos sorprendentemente bien adaptados para la carrera de resistencia. Si tratas de atrapar un antílope al sprint, el bicho te da sopas con honda y esa noche te vas a la cama con el estómago vacío. ¿Pero qué pasa si, como buen español, murmuras entre dientes «…hasta el rabo to es toro…» y lo persigues hasta que uno de los dos reviente? Pues pasa que, sobre todo si hase musha caló, el que revienta es el bicho y esa noche cenas caliente.

Tiene que ver con que los cuadrúpedos no pueden jadear al galope, sólo al trote. Así que a un bicho de cuatro patas que no sude, forzado a galopar, acaba dándole un yuyu chungo por recalentamiento. Sí, parece difícil de creer, pero para convencer a los escépticos aun hoy hay al menos una tribu en África que caza así, ¡dentro vídeo!

Descalzos por el parque

junio 17, 2010

Lo normal es que a uno le lleven los demonios porque sus hijos hacen lo que les da la gana, y no lo que uno, sabiamente, ha dictaminado es lo mejor para ellos: acábate la sopa; siéntate bien; recoge los juguetes… Lo típico, vamos. Sin embargo a mí el otro día me entró un vértigo existencial al comprobar las cosas que los hijos hacen, sin que tú se lo pidas, porque resulta que los jodíos realmente te admiran y quieren ser como tú.

Y es que este fin de semana hemos estado en Madrid, a ver a los abuelitos y demás familia mesetaria. Todo ello en el marco de los fastos del trigésimo octavo aniversario de mi nacimiento. Entre otras cuantas cosas, pasamos la tarde del domingo en el parque Juan Carlos I.

Pisa, castaño, pisa con garbo...

No sé muy bien cómo se lió la cosa, pero ya que estábamos tirados en la hierba viendo volar las cometas, me quité los zapatos. Y al rato Lucas se los quitó también. No nos los volvimos a poner hasta mucho después, a punto de volver a casa. Bajo sus tiernos piececitos pasaron hierba, piedra, enrejados de desagüe, guijarros, tierra, asfalto, arena, madera, cemento, hierbajos… Caminó, corrió, saltó y trepó, disfrutando de las cosquillitas que le hacían los pies, mientras desdeñaba estoico las admoniciones de sus abuelos sobre afilados cristales al acecho. Digno hijo de su padre, sin duda.

Ratoncillo a la carrera

junio 6, 2010

Hace un par de semanas fue el Half Challenge de aquí, de Calella. Aparte de la invasión de señores muy flacos corriendo disfrazados de Eva Nasarre, con sus calentadores de piernas y todo, los organizadores montaron un ‘Kids Challenge’. O sea, una carrera para críos. Consultado Lucas al respecto dijo que sí, que le apuntara, y con su infalible lógica de niño de cuatro años me explico que «es que yo creo que voy a ganar, porque voy a llegar el primero.» En fin hijo, tú mismo, más dura será la caída…

Más bonito que un San Luis.

El día de autos decidió que su equipación para el evento debía incluir unas alas de mariposa/princesa que le compramos por carnaval. Afortunadamente mi abuelo, el Sr. Belarmino, no vive para presenciarlo, porque si no me temo que nos habría pedido hora en la consulta del Dr. Aquilino Polaino.

Recogimos su dorsal, vimos las carreras de los más mayores, y nos alineamos para su salida, detrás de la infranqueable barrera de padres que, prietas las filas, recias, marciales, ejercían su inalienable derecho a acompañar a sus hijos como si de Charlton Hestons defendiendo la segunda enmienda se tratara.

Poniendo cara de Emil Zátopek...

250 metros no son demasiados, aunque contemplados desde su poco más de un metro de altura a Lucas acabaron haciéndosele eternos: empezamos despacito, pero pronto pasamos a otro niño, así que le anime a que fuera a por la chica que había unos pasos más adelante. «¡Y ahora a por esa de rojo, Lucas!» Llevaríamos remontados media docena de puestos, y media carrera ya hecha, cuando muy preocupado me mira y me dice: «¡Ay papi! ¡Que me canso!» Así que bajamos el ritmo, y al trote cochinero llegamos hasta la meta.

No, no ganó, porque no llegó el primero. Pero parece que la bolsa con dos globos y tres caramelos que le dieron fue suficiente para sublimar la frustración del fracaso. Y parece que todavía no odia el deporte: seguiremos informando…

¡Ouch!

junio 4, 2010

¡Qué poco dura la alegría en casa del pobre, leñe!  Hace un par de meses estaba regodeándome en la cantidad de carreras que iba yo a hacer, y en lo rápido que iba a correrlas, y no pasó ni una semana hasta que la espalda mandó a parar. Seis semanas, seis, como los toros, que me he pasado sin correr.

Y ahora que he comenzado de nuevo a recorrer el largo y tortuoso camino de la recuperación, la fatalidad vuelve a golpear: el primer día que probé a correr de nuevo, por supuesto que descalzo, pisé un pedrusco oculto entre la hierba y me hice un hermoso siete en mitad del pie.

¡Pupita!

Pero si aquel puto cristal que me saqué de la base del dedo meñique en enero, y que debía de haberse infectado, porque dolía, horrores, que ni caminar podía…

Aguda espina dorada / quién te volviera a sentir / en el corazón clavada.

…si ese puto cristalito, iba diciendo, no me hizo desistir, no iba ahora una heridita de ná a ser diferente. ¡Si ni siquiera sangró!

Que habrá quien piense que por los cojones la fatalidad, que si acaso será la gilipollez. Pero qué sabe nadie… Y a ver si va a resultar ahora, con la cantidad de paisanos que ve uno por la calle con una pulserita Power Balance de esas, que al que haya que echarle en cara lo gilipollas que es sea a mí…