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¡Santiago y cierra, España!

julio 26, 2010

Aunque a Eva le cueste creerlo fue el 27 de julio de 2003 cuando la acompañé a enfrentarse con su primer (y único) triatlón, a las por entonces remotas playas de Malgrat de Mar. Ese día Andy & Lucas mandaban en la lista de los 40 con Son de Amores, la bici fue una puta pesadilla, y quedamos penúltima (ella) y último (yo). A pesar de todo los dos recordamos la experiencia con cariño.

Así que siete años después, renacido para el deporte y viviendo a un cuarto de hora mal contado de Malgrat, era justo y necesario personarse en la edición de este año, que iba ya tocando estrenar los colores del Team Calella y sacar mis pies descalzos a pasear en competición. Cargué la bici, la suegra, a Eva y a Gabriela en el coche y para allá que enfilamos de buena mañana.

Rondaban las nueve y media cuando empezó el cachondeo, con salida a la carrera desde la playa. En 500 m de natación pueden pasar muchas cosas, sobre todo si decides empezar tranquilamente desde atrás, «para ahorrarme el follón,» olvidando que la gente no sabe nadar, así que vas a acabar en la centrifugadora igualmente. Tras un poco de zafarrancho dando y recibiendo, encontré mi lugar en el mundo, emparejado con un fornido muchachote que lucía una estilosa braga náutica. Quiso además el destino que fuéramos sincronizados, pero en contrafase, así que durante un buen trecho mi rutina fue respirar, mirar el fondo, mirarle fijamente el paquete, mirar el fondo, repetir…

Rumbo a la orilla liderado por mi paquete guía... (Foto de Marc Monguilod)

Pero todo lo bueno se acaba, y tras la natación llegó la bici. ¡Ay, la bici! O más bien, ¡ay, mi proverbial impericia bajando! Yo creo que es cosa del materialismo ateo: no confío en más vida que esta, la terrena, y le tengo por tanto mucho, mucho apego. Así que me pasé tres cuartos de hora con los nudillos blancos de apretar los frenos, los dientes rechinando de puro pánico, mientras cosa de mil millones de hombres, mujeres, niños y ancianos me adelantaban zumbando trialera abajo a la voz de «per l’esquerra!»

Ventajas de ser una nenaza, llegué a la transición fresco como una lechuga, así que la carrera se convirtió en un despiadado ajuste de cuentas. Mis sucios pies descalzos se hartaron de patear traseros: creo que adelanté 999.999 puestos, porque yo pasé a cosa de un millón, y a mí sólo me pasó uno.

Como los gorilas, uh, uh, uh...

La mierda pinchada en un palo de bici que hice lastra irremediablemente mi desempeño. Pero me voy contento, qué caray, que no se me ha olvidado nadar, y ya corro descalzo igual de mal que lo hacía calzado. Mis expectativas están colmadas: vuelvo a ser un triatleta mediocre.

Instalado en la plácida mediocridad del percentil 67.

Completada la fazaña, sólo quedó celebrar como es debido la astral conjunción de mi santo y de O Patrón, poniéndonos en las expertas manos de las chicas de Cal Tio Joan.

Reponer con prontitud las sales y fluidos perdidos es la clave de una buena recuperación.